CABUDARE,
BUCOS Y MAMEYES
Charla cordial
Américo
Cortez
Cronista de
Cabudare
En 1.999 publicamos
en “El Kabudari”, periódico del Proyecto Cultural Sarao, un pequeño discurso de
Héctor Rojas Meza, de 1.934, con motivo
de iniciarse las refacciones al templo de “La sagrada familia” de los Rastrojos.
Interesante verbo melancólico del poeta. De nuevo, gracias a don Julio Álvarez
Casamayor, que colocó en nuestras manos el texto, para el disfrute de los
rastrojeños y cabudareños en general. A continuación el escrito.
Aquí estoy, esta
vez, tomando parte de esta velada, promovida a beneficio de nuestro templo, por
un grupo de distinguidas personas, entre las cuales se encuentran los
apreciables caballeros Don Eustaquio Yépez y Juan José Palma, quienes son como
representativos de la colonia tocuyana en esta población, laborando al lado del
General Juan Bautista Segovia, Jefe Civil de este municipio y representativo de
los rastrojeños nativos como Tobías Escobar, Leonardo Alvarado Guevara y otros
entre los cuales se encuentra este modesto servidor, junto con González Meléndez,
que es rastrojeño por afinidad, en las filas de los que han puesto su buena
voluntad por mantener el sagrado fuego del entusiasmo que ha distinguido
siempre a este pueblo laborioso y humilde, que tuvo la gloria de alojar bajo el
añoso dividive, la cabeza de los milagros y la lengua de las maravillas de
nuestro Libertador, una noche de noviembre de 1.813.
Este pueblo, cuyo
pasado llena de infantiles recuerdos de alegría, mí hoy torturado corazón. Aquí
en una casita de la “calle nueva”, se abrieron mis ojos a la luz y lancé el
primer grito de horror a mi existencia, grito que sofocaron los besos y
ternuras de mi madre, que Dios me ha conservado para que me consuele en el
sufrir. Aquí crecí querido y consentido por todos los rastrojeños. En este
templo, que hoy se refacciona, recibí los primeros sacramentos, bajo la cura de
almas de mi padrino el Pbro. Regino Aular, aquel humilde y popular levita que
por santo y gallero pudiera proclamarse patrón de este deporte. Aquí aprendí a
leer, en la escuela de mi otro padrino el señor Andrés Mata Verde, que se adelantó
a la moderna enseñanza y quien era además consumado legista y literato.
Yo dispersé, junto
con otros muchachos, las cenizas del combustible de la fábrica de jabón, que
amontonaba en la calle, la señora María Jesús Segovia, aquella austera matrona,
ante quien temblábamos todos los chiquillos de la época. Yo me bañé en la
acequia y comí mangos y mameyes del caney del señor Sequera. Yo cargué agua del
pozo “del común” y bebí leche de las cabras de “Curibajana”, una de las cuales
fue mi nodriza. Yo cuqueaba los perros de Juan de Dios Moreno y formaba en las
filas guerreras del llamado “Capitán de las ánimas” Pedro Ortíz y demás
muchachos imitadores de las guerras que a menudo se sucedían en aquellos
tiempos. Era marchante en la pulpería de Antonio Sequera, tenía mi taturo en la
de Juan Delgado y pedía ñapas sin gastar, en las de Pedro Burgos, Perucho Salas
y Palacios Alvarado. He llorado con ellos, como estoy en esta hora feliz. Hace
veinticinco años vine de Cabudare, henchido de ilusiones a vivir en mi pueblo
con mi esposa, en una inolvidable luna de miel. La muerte destruyó mis
esperanzas y transformó mi vida de alegría en vida resignada de vencido.
Estaría celebrando en este tiempo mis bodas argentinas, sino faltara la que
fuera en mi vida la sal de mi existencia, pero valga por ello esta velada en
donde están los hijos de nuestro matrimonio tomando parte de ella.
Queridos
coterráneos, no vayáis a creer que me siento orgulloso de otra cosa más que la
modestia de ser hijo de esta pequeña aldea, aldea sin nombre que todavía
conserva el de rastrojos de don Juan de Alvarado. Aldea sin tradiciones novelescas,
como la antigua Roma, que fundaron los hijos de una loba y la leyenda azul de
las Sabinas. Aldea solamente laboriosa, donde sus hijos viven esa vida apacible
del que desdeña “el mundanal ruido y sigue la escondida senda por donde han ido
los sabios que en el mundo han sido”.
Señores.
r en la querencia por lo nuestro,
lo que resalta y profundiza la identidad.
Queda a Los
Rastrojos y a Cabudare, a nuestro gobierno y a su gente la tarea. Y a ti
morocho recordarte que “no hay plazos que no se cumplan, ni deudas que no se
paguen”.
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Composición realizada en óleo por Hugo Camacaro, donde aparece Don Héctor Rojas Meza, la iglesia "Sagrada familia" y parte de la plaza Bolívar |
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Casa de la familia Giménez ubicada frente a la plaza Bolívar de los Rastrojos |
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Don Héctor Rojas Meza |
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