CABUDARE, BUCOS Y MAMEYES
Cabudare y el terremoto
de Cumaná de 1.929
Américo
Cortez
Cronista de
Cabudare
Los miedos y temores a los
terremotos son naturales, más si como nosotros vivimos en Cabudare, pues se
encuentra atravesada por la falla de Boconó y en cualquier momento podría
suceder u evento sísmico. Dios nos libre.
El 17 de enero de 1.929 a las
7:32 de la mañana sucedió el terremoto de Cumaná, donde murió el 8% de la
población de esa ciudad y trajo consecuencias, no solo en Cumaná, sino, en
muchas partes de Venezuela, sobre todo en el oriente del país. La fuerza
telúrica fue de una magnitud de 7.0 en la escala de Richter, teniendo como
epicentro el Golfo de Cariaco.
En Cabudare, se sintió el
sacudón. Don Julio Álvarez Casamayor, que para esa fecha contaba con 10 años de
edad, nos cuenta algunas de las cosas que sucedieron en Cabudare ese día y los
siguientes y que podemos decir, que hubo verdades y manipulaciones. Depende del
lado que se vea.
En 1.929 el párroco en Cabudare
era el Presbítero Agustín Álvarez, quien desde 1.927 llevaba con pasión el
rebaño cabudareño. Todo el pueblo le era fiel y respetaba al levita que había
demostrado ser un verdadero hombre de la fe. Nadie veía con sospecha ni dudas
sus peticiones y mandatos.
Igualmente estaba recién llegada
a Cabudare, una congregación misionera redentorista, que hacia misas y se
movilizaba, no solo a la casas de los vecinos de Cabudare, sino que establecían
contacto y visitaban Agua Viva, los Rastrojos, la Piedad y demás caseríos.
Muestra de ello son las cruces misioneras que dejaron en diferentes puntos del
municipio, como testimonio de la fe y sus visitas.
La vieja casa donde vivía Julio Álvarez,
el día del terremoto de Cumaná, era de adobes y tejas, propiedad de su padre y
luego fue de “Panchita” Casamayor, como llamaban a la hermana de Augusto
Casamayor, reconocido comerciante, de grata recordación por el Cabudare de
entonces y que estaba ubicada en la calle “Domingo Méndez”, esquina noreste de
la calle “San Rafael”, lo que se llamaba la esquina de “la caja de agua”.
Cuando comenzó a moverse el piso,
por el terremoto, el niño de entonces, Julio Alvarez, sin saber de técnicas
ante sismos y que dormía plácidamente en una cama de tijeras de madera con lona,
se quedó quieto, viendo caer terrones de las vetustas paredes, hasta que sus
familiares lo sacaron de la casa.
El miedo y terror de los
cabudareños fue tal, que todo el pueblo decidió dormir en las calles o en la
plaza Bolívar, por precaución. Improvisadas chozas, trojas y la intemperie
fueron el lecho de la mayoría del pueblo. La situación duró más de una semana y
es allí donde los misioneros redentoristas, aprovechándose del miedo, empezaron
a congregar a la gente en la iglesia para dar sermones llenos de temores,
castigos celestiales y demás, pidiendo al pueblo que se arrepintiera de sus
pecados, haciendo hincapié en que los pecadores debían entregarse a la
adoración del Altísimo y la protección y dedicación de sus familias.
Para más ñapa y completar el
cuadro, algunos parroquianos, disociados o traumatizados por el terremoto, tal
vez mandaos, empezaron y que a ver señales del cielo; velas que al quemarse
tomaban formas de santos, olores que presagiaban lo malo, extraños vientos y
hasta sonidos que anticipaban algo. Ante este escenario, pues era fácil que el
pueblo cayera ante el influjo de los misioneros redentoristas.
En esas fechas, vivían en
Cabudare, muchas parejas amancebas, es decir sin casarse, lo que aprovecharon
los redentoristas para exponer y acuñar la frase “el castigo divino”. Allí en
la plaza, casi hasta la media noche, medio pueblo se amontonaba a comentar,
rezar y conversar, temiendo otro terremoto.
Aunque Cabudare había sufrido
casi nada con el hecho, el miedo y el desgarrador sermón que día a día iba
dirigido a “los pecadores”, hizo que muchas parejas amancebas, después del
susto, se casaran en los próximos días, como lo testimonia Don Julio y los
libros de matrimonio del Concejo Municipal y de la iglesia parroquial.
Aunque don Julio al contarme ese
hecho, no me mencionó nada sobre la convicción matrimonial creada por los redentoristas,
debo inferir que la ola de matrimonios de esos días, pudo ser provocada por el
cura párroco, respetando la fe y la buena intención. Si, el padre Álvarez, quien
aprovechando (digo yo) el sismo y sabiendo quienes vivían en condiciones no
propicias moralmente para la iglesia católica, le pasó el dato a los misioneros,
para que estos, sabiendo donde afincarse, trabajaran sus psiquis, e incluso, visitarían
muchas casas, para convencerles que ellos casándose estaban salvando a Cabudare
de una catástrofe y del “castigo divino”. Lastima no tener referencias de
nombres y familias involucradas, para averiguar, como les fue con el matrimonio
salvador de Cabudare o si luego de sentirse engatusaos se divorciaron.
Lo cierto es que el terremoto de
Cumaná también sirvió para que surgiera un momentáneo grupo de nuevos
empresarios que se aglomeraron alrededor de la plaza: vendedores de fritangas,
chicharrones de marrano, bollos, alfajoras,
cucas, biscochos cabudareños, panes guameros, conservas de las cuibitas,
guarapos e igualmente estampitas, escapularios, sahumerios, velas y demás. Todo
el día era un trajinar a la iglesia, con misas, rosarios, rogativas al Nazareno
y penitencias. Hasta una improvisada cruz de madera se construyó y estuvo tiempo
expuesta en la iglesia y fue llevada, en ocasiones, a los caseríos, para
hacerle misas, pero sospecho, que era para recordarles a los cabudareños que “el
castigo divino” podía volver con más furia a cobrarles el desacato a la fe. Así
que ellos, si querían salvar a Cabudare debían encarrilarse y mantenerse por el
buen camino.
Ese 17 de enero de 1.929, día del
terremoto de Cumaná, no hubo en Cabudare grandes daños materiales, ni heridos,
menos muertos, pero sirvió para reafirmar el poder que por mucho tiempo tuvo la
iglesia y del cual aún quedan resquicios. Tampoco hubo ese día un Bolívar como
en Caracas en 1.812 que dijera ante el sismo y el posible castigo anunciado por
los redentoristas “si la naturaleza se opone, lucharemos contra ella y
seguiremos viviendo amancebaos”.
Así me lo contó don Julio Álvarez
Casamayor y así lo cuento, claro, poniéndole algunas cositas, pa` entreteneme.
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El miedo al castigo divino |
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El poder de la iglesia basado en temores
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