CABUDARE,
BUCOS Y MAMEYES
Juan Bravo. El filósofo popular
Américo
Cortez
Cronista
de Cabudare
Es indudable que los pueblos y sus mayores son el resguardo de la memoria colectiva, de sus recuerdos, que en la mayoría de los casos solo pasa de boca en boca a través de los años.
Cabudare ha
tenido la fortuna de contar con algunos paisanos dedicados a mantener vivo, con
celo de monasterio, su historia chica: Julio Álvarez Casamayor, Eurípides
Ponte, Carlos Guédez, Abundio Escalona y Francisco “Coché” Rojas. He tenido el
honor de producir libros y videos de estos personajes. Todos ellos han
depositado su confianza en mí, para tratar de mantener viva esa historia.
En esta
ocasión coloco a su consideración tres anécdotas geniales, referidas a Juan
Bravo, personaje popular, recopiladas de boca de protagonistas o testigos. A
continuación, tal cual como me las pasó el recordado Coché Rojas.
Juan Bravo,
distinguido personaje a quien Cabudare debe el reconocimiento de sus grandes
virtudes. Fue guía y norte de los jóvenes de los años 40. Lo llamaban “el
filósofo popular”, porque para todo tenía una salida genial, un ejemplo
convincente, un consejo aleccionador. Era de pocas palabras, pero ellas pesaban
un mundo, enseñaban, valían mucho. Su botiquín era el centro de reunión de los
mayores, los adultos y adolescentes, sitio de cordiales tertulias.
UN METRO
DE SUERO Una noche llegó un
señor “prendido” y quiso hacerle una burla a Juan Bravo y le preguntó “¿Cuánto
vale un metro de suero?”. Juan le contestó “15 Bolívares”. Desafiándolo, dijo
el cliente “Aquí los tiene, deme un metro”. Juan tomó el dinero…regó en el
mostrador una franja de suero, la midió, la raspó con un cuchillo, la envolvió
y le dijo “aquí tiene su metro de suero”. El burlista se quedó asombrado,
recibió su envoltorio y se marchó diciendo “este si me pudo fuñir, vende suero
por metros”.
PELEA EN
EL BOTIQUIN Un día, dos
jóvenes muy apreciados, estuvieron tomando cerveza en una sala contigua al
botiquín. De pronto todos los presentes se arremolinaron alrededor de la puerta
que daba a la sala donde estos se insultaban en una forma muy grave, muy dura y
se amenazaban de muerte. Juan Bravo apartó a los curiosos y cerró la puerta.
Los testigos le decían a Juan que era una locura dejarlos solos porque podía
ocurrir una desgracia, a lo cual él contestó: “El que va a matar no lo grita,
lo hace”. Pasada media hora y calmados los que discutían y se insultaban, Juan
abrió la puerta; allí estaban ambos, unidos en fraternal abrazo. Los jóvenes
eran de apellido Yépez y Segovia, grandes amigos toda la vida.
¿QUE
PARIÓ USTED? En las cotidianas
tertulias en el botiquín de Juan Bravo, ubicado en donde hoy viven Alejandro
Pérez y Adriana Escalona, ocurrían cosas muy curiosas. Había fallecido en
Barquisimeto una cuñada de Héctor Rojas Meza, razón por la cual, cuando éste
contertulio llegó, los presentes le dieron sus condolencias. Poco tiempo después se presentó Ismael Rojas, que
no era familia de don Héctor y que tenía un negocio de víveres y licores, que
en ese momento tenía una época de brillante prosperidad. A don Ismael lo
llamaban “Rojitas”. Este habitualmente decía que había padecido todas las
enfermedades que se nombraban en las conversaciones. Al ver a don Héctor le
abrazó diciéndole: “Tocayo reciba mi pésame, lamento mucho lo sucedido”, luego
le preguntó “tocayo, de que murió su cuñada” y don Héctor le contestó “de
fiebre puerperal”. Rojitas asombrado comentó “eso es muy grave, yo me vi al
borde de la muerte con esa fiebre y solo Dios me salvó”. Juan Bravo que
escuchaba le dijo “don Ismael ¿y que parió usted?, ¿varón o hembra?”. Rojitas
le replicó “¿Por qué me hace esa pregunta Juan Bravo?”. Con la paciencia que le
caracterizaba Juan Bravo le dijo “porque esa fiebre sólo le da a las mujeres
cuando paren”. Rojitas mudó de colores y sin decir nada se marchó y no volvió
por el botiquín sino después de pasados unos seis meses.
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La esquina de Juan bravo en la actualidad