lunes, 7 de noviembre de 2016

EL TIEMPO LIBRE DE LOS CABUDAREÑOS


CABUDARE, BUCOS Y MAMEYES

El tiempo libre de los cabudareños

Américo Cortez
Cronista de Cabudare

El cabudareño, desde tiempos remotos, fue buscando en el trajinar de su identidad, amalgamar todas las influencias de los moradores que viniendo de otros lares, fueron moldeando su vida.
En lo que respecta al uso del tiempo libre, una de las primeras referencias nos la hace Juan de Dios Melean, en su estudio “Cabudare” de 1.883, donde nos habla de las diversiones de los cabudareños. Según Melean “sus diversiones favoritas son los bailes, corridas de toros y de cintas, juegos de gallo, de billar y de bolos”. Si tomamos en consideración la Venezuela rural de ese entonces, debido a la faena de trabajo diario, que en la mayoría de los casos era en el campo, en horarios de muy temprano hasta media tarde. Al llegar en el siglo XX el cine (Sucre y Juáres), la radio y la popularización de las vitrolas, la llegada de circos y carruseles, hicieron que el cabudareño comenzara a desarrollar la pasión por el entretenimiento basado en espectáculos y eventos. Era un acontecimiento oír por radio las peleas por campeonatos mundiales o las actuaciones musicales en vivo en las radios, de los grandes artistas del momento, que desde Caracas llegaban a través de las ondas hertzianas. Igualmente los paseos preferidos de los cabudareños siempre eran los pozos de Tabure, las visitas a Barquisimeto, lo que ocupaba todo el día hasta las 4 de la tarde, ya que el transporte de Cabudare-Barquisimeto retornaba desde la plaza Altagracia, sin otra posibilidad. Así como ir al estadio al béisbol como deporte preferido.
Era normal que algún cabudareño, temperara en Río Claro, por motivo de alguna enfermedad, lo que aprovechaba para disfrutar de las templadas aguas de Guayamure. Otros de menos recursos y con la facilidad que ofrecían los caminos asistían por la carretera vieja a Yaritagua. Iban a las fiestas patronales en honor a Santa Rosa de Lima, en el cerrito. Así mismo la hermandad entre los sarareños y cabudareños conducía a muchos a visitar Sarare (Las Mayitas) y La Miel (Zaruro).
En el poblado cabudareño era normal ver en horas de la tarde a los jóvenes y adultos en la Plaza Bolívar, sitio de encuentro, para las noticias y comentarios del día, los chismes y las mamaderas de gallo, sin olvidar que era punto estratégico para echarse ojitos los enamorados. Por las tardes noches los adultos visitaban temprano los botiquines o botillerías donde se compartía, casi siempre en sana paz. Aún se recuerda la lotería de animalitos en el negocio Juan Bravo. Por otra parte otros visitaban familias por diferentes motivos: amoríos o encuentros para esperar la llamada de las campanas de la iglesia, que invitaban a recogerse, pues mañana era otro día.
Eran populares en los años sesenta y setenta, los bares “Mi casa”, “Mi Oficina”, “El Pildorín” y “La Rueda”. Este último que llamaban de mujeres de la buena (o mala) vida, mujeres alegres, que ofrecían sus servicios a los que circulaban por la calle Santa Bárbara. Mi madre me tenía prohibido andar por allí, porque pensaba que un niño de 8 años no debía aún entender lo que entendería luego.
Con el pasar de los años y con la explosión demográfica en Cabudare, las fiestas patronales, los toros coleados, los carruseles, los circos e incluso la asistencia a la iglesia dejaron de ser importantes para muchos. El crecimiento del pueblo creó una nueva dinámica social, basada en otros preceptos del uso del tiempo, pero esa es otra historia que más adelante escribiremos.
Tal vez podamos conseguir en ese cabudareño, el de antes y el de ahora, claves para preservar algo del viejo Cabudare.

Una vez, a finales de los setenta, mi amigo Miguel Pérez Matute dijo “Cabudare es una ciudad en franco progreso, hay de todo lo moderno, pero en cualquier momento se atraviesa en una calle un marrano que llevan a matar”. Miguel quizás buscaba con lo que decía, encontrar al pueblo que se fue y que no volverá. 


Cabudare. Casa de los López


 Avenida Libertador. A la derecha la Casa de Gobierno. Aún los burros andaban por la Avenida Libertador.


Julio Alvarez y Carlitos Rondón en su bodega de Pueblo Arriba


 La camaradería en la Plaza Bolívar

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