CABUDARE,
BUCOS Y MAMEYES
Suspiro
por Cabudare
Américo
Cortez
Cronista de
Cabudare
Mientras mis
pensamientos se acercan a Diciembre y mis anhelos se alejan de convertirse en
realidad, pienso en el Cabudare añorado, que cada vez que vuelve el niño Jesús,
me provoca una melancolía, suave como la seda, fresca como las aguas de
Guamacire e irremisiblemente irrecuperable como todo tiempo pasado que no
volverá y que solo lacera mis recuerdos, que guardo como tesoros de valor
inmaculado y sopor de mi vida.
Todo se asemeja a un
sueño, a remembranzas que caminan por senderos, donde mis huellas trashumantes
se repiten, sin volver a aquel tiempo.
Así son los
recuerdos del Cabudare que se fue. De calles tranquilas y caminar de gente que
se movía a la velocidad conque las campanas de la vieja iglesia San Juan
Bautista, los invitaban a misa, al festejo y al descanso. Donde los rumiantes y
canes desfilaban sin prisa por la Avenida Libertador y donde cada recodo era
sitio de descanso del poco accidentado día, que tenía tantos descansos como
responsabilidades.
Pueblo de mañanas
frescas, y al acercarse Diciembre, noches frías, con neblina cuando se acercaba
la llegada del niño Dios. Noches y madrugadas cargadas de biscochos
cabudareños, alfajoras, guameros y panes morrocoyes, que gustosos se
desintegraban dentro de las tazas llenas de humeante café, que competía con las
madrugadas frías de mi pueblo.
¡Oh!, como no
suspirar por tantos momentos felices, llenos de paz, sosiego y encuentro con
amigos, familiares y con Dios. Madrugadas sin contradicciones, de bullicios de
alegría y recogimiento espiritual. Eran la combinación del espíritu cristiano y
la alegría pueblerina.
Noches y madrugadas
de cantos, de visitas a los vecinos, donde cada quien, con un plato de peltre y
un cubierto en la mano, o una caja de cartón, se convertía en músico y
parrandero. Todas las voces, aunque desafinadas, entendían el porqué de las
alegorías que todos representaban y hacían de ellas felicidad y camaradería.
Las sanas
competencias de saber que hallacas eran las mejores cada año, creaba el
compromiso de los ilusos ganadores de mejorar aún más el año próximo.
Por otra parte, la
felicidad que mostraban las autoridades y el cura párroco, se reflejaban con la
satisfacción de llegar al fin de año y sentir cumplidas las metas trazadas. Por
ello, era común en los sermones de las misas de aguinaldos, el recordatorio del
reencuentro con familiares y amigos y los arrepentimientos recomendados y
obligatorios que todos debíamos hacer, para emprender el nuevo año con la firme
esperanza de seguir avanzando por el pueblo, en acuerdo con las autoridades,
que generalmente, recibían las suaves reprimendas del párroco sobre la
necesidad de hacer mejores esfuerzos por Cabudare.
Los juegos de
aguinaldos se convertían en sana diversión y oportunidad de darle a entender a
las muchachas que las queríamos y que cualquier excusa era buena para
encontrarse, sobre todo cerca de la iglesia, donde todo manso piropo, producía
mejillas sonrosadas y sonrisas de aceptación.
Tiempos de
espiritualidad, donde los bullosos equipos de sonidos no competían con los
viejos picós y su volumen en una reunión familiar, solo para los presentes,
pues no se obligaba a los vecinos al trasnocho con el exceso de decibelios.
La esperanza de los
niños cercanos al 24 de Diciembre y la combinación de alegría y angustia al
aparecer los regalos al pie del pesebre o bajo la humilde cama son inolvidables
y llenos de una ternura familiar que superaba el valor de los regalos. Cualquiera
fuera, se convertía por días en tesoro preciado y motivo de orgullo y natural
celo y cuido.
Como añoro esos
días, esas noches, esas madrugadas, donde el espíritu navideño colmaba todo, se
desparramaba la solidaridad, el compañerismo y la mano amiga.
Dicen que la
nostalgia acompaña a los recuerdos y los recuerdos de esos tiempos acompañan
las indetenibles ganas de alcanzar ese Cabudare, profundamente humano, el cual
atesoro en mi corazón. Dios te bendiga pueblo mío.
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La casa de Alto y el
viejo Cabudare
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La
entrada al barrio Turén |
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La calle Santa
Bárbara
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El
cine Juáres |
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Un
burro pasando por la Casa de Gobierno |
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