viernes, 25 de noviembre de 2016

SUSPIRO POR CABUDARE


CABUDARE, BUCOS Y MAMEYES

Suspiro por Cabudare

Américo Cortez
Cronista de Cabudare


Mientras mis pensamientos se acercan a Diciembre y mis anhelos se alejan de convertirse en realidad, pienso en el Cabudare añorado, que cada vez que vuelve el niño Jesús, me provoca una melancolía, suave como la seda, fresca como las aguas de Guamacire e irremisiblemente irrecuperable como todo tiempo pasado que no volverá y que solo lacera mis recuerdos, que guardo como tesoros de valor inmaculado y sopor de mi vida.
Todo se asemeja a un sueño, a remembranzas que caminan por senderos, donde mis huellas trashumantes se repiten, sin volver a aquel tiempo.
Así son los recuerdos del Cabudare que se fue. De calles tranquilas y caminar de gente que se movía a la velocidad conque las campanas de la vieja iglesia San Juan Bautista, los invitaban a misa, al festejo y al descanso. Donde los rumiantes y canes desfilaban sin prisa por la Avenida Libertador y donde cada recodo era sitio de descanso del poco accidentado día, que tenía tantos descansos como responsabilidades.

Pueblo de mañanas frescas, y al acercarse Diciembre, noches frías, con neblina cuando se acercaba la llegada del niño Dios. Noches y madrugadas cargadas de biscochos cabudareños, alfajoras, guameros y panes morrocoyes, que gustosos se desintegraban dentro de las tazas llenas de humeante café, que competía con las madrugadas frías de mi pueblo.

¡Oh!, como no suspirar por tantos momentos felices, llenos de paz, sosiego y encuentro con amigos, familiares y con Dios. Madrugadas sin contradicciones, de bullicios de alegría y recogimiento espiritual. Eran la combinación del espíritu cristiano y la alegría pueblerina.
Noches y madrugadas de cantos, de visitas a los vecinos, donde cada quien, con un plato de peltre y un cubierto en la mano, o una caja de cartón, se convertía en músico y parrandero. Todas las voces, aunque desafinadas, entendían el porqué de las alegorías que todos representaban y hacían de ellas felicidad y camaradería.
Las sanas competencias de saber que hallacas eran las mejores cada año, creaba el compromiso de los ilusos ganadores de mejorar aún más el año próximo.

Por otra parte, la felicidad que mostraban las autoridades y el cura párroco, se reflejaban con la satisfacción de llegar al fin de año y sentir cumplidas las metas trazadas. Por ello, era común en los sermones de las misas de aguinaldos, el recordatorio del reencuentro con familiares y amigos y los arrepentimientos recomendados y obligatorios que todos debíamos hacer, para emprender el nuevo año con la firme esperanza de seguir avanzando por el pueblo, en acuerdo con las autoridades, que generalmente, recibían las suaves reprimendas del párroco sobre la necesidad de hacer mejores esfuerzos por Cabudare.
Los juegos de aguinaldos se convertían en sana diversión y oportunidad de darle a entender a las muchachas que las queríamos y que cualquier excusa era buena para encontrarse, sobre todo cerca de la iglesia, donde todo manso piropo, producía mejillas sonrosadas y sonrisas de aceptación.   
Tiempos de espiritualidad, donde los bullosos equipos de sonidos no competían con los viejos picós y su volumen en una reunión familiar, solo para los presentes, pues no se obligaba a los vecinos al trasnocho con el exceso de decibelios.
La esperanza de los niños cercanos al 24 de Diciembre y la combinación de alegría y angustia al aparecer los regalos al pie del pesebre o bajo la humilde cama son inolvidables y llenos de una ternura familiar que superaba el valor de los regalos. Cualquiera fuera, se convertía por días en tesoro preciado y motivo de orgullo y natural celo y cuido.
Como añoro esos días, esas noches, esas madrugadas, donde el espíritu navideño colmaba todo, se desparramaba la solidaridad, el compañerismo y la mano amiga.

Dicen que la nostalgia acompaña a los recuerdos y los recuerdos de esos tiempos acompañan las indetenibles ganas de alcanzar ese Cabudare, profundamente humano, el cual atesoro en mi corazón. Dios te bendiga pueblo mío.


La casa de Alto y el viejo Cabudare




La entrada al barrio Turén




La calle Santa Bárbara




El cine Juáres




Un burro pasando por la Casa de Gobierno

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